西語閱讀:《一千零一夜》連載29
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Y Sindbad el Marino mandó po-ner el mantel para el festín y dio de comer a sus huéspedes, incluso a Sindbad el Cargador, a quien mandó entregaran, antes de que se fuera, cien monedas de oro como los de-más días. Y el cargador se retiró a su casa, maravillado de cuanto aca-baba de oír. Y al día siguiente hizo su oración de la ma ana y volvió al palacio de Sindbad el Marino. Cuando estuvieron reunidos todos los invitados, y comieron, y bebieron, y conversaron, y rieron, y oyeron los cantos y la música, se colocaron en corro, graves y silenciosos. Y habló así Sindbad el Marino:
LA SEPTIMA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO,
QUE TRATA DE LA SEPTIMA Y úLTIMA HISTORIA
“Sabed, oh amigos míos! que al regreso del sexto viaje, di resuelta-mente de lado a toda idea de em-prender en lo sucesivo otros, pues aparte de que mi edad me impedía hacer excursiones lejanas, ya no te-nía yo deseos de acometer nuevas aventuras, tras de tanto peligro co-rrido y tanto mal experimentado. Además, había llegado a ser el hom-bre más rico de Bagdad, y el califa me mandaba llamar con frecuencia para oír de mis labios el relato de las cosas extraordinarias que en mis viajes vi.
Un día que el califa ordenó que me llamaran, según su costumbre, me disponía a contarle una, o dos, o tres de mis aventuras, cuando me dijo: “Sindbad, hay que ir a ver al rey de Serendib para llevarle mi contestación y los regalos que le destino. Nadie conoce como tú el camino de esa tierra, cuyo rey se alegrará mucho de volver a verte. Prepárate, pues, a salir hoy mismo, porque no me estaría bien quedar en deuda con el rey de aquella isla, ni sería digno retrasar más la res-puesta y el envío!”
Ante mi vista se ennegreció el mundo, y llegué al limite de la per-plejidad y la sorpresa al oír estas palabras del califa. Pero logré domi-narme, para no caer en su desagrado. Y aunque había hecho voto de no volver a salir de Bagdad, besé la tierra entre las manos del califa, y contesté oyendo y obedeciendo. En-tonces ordenó que me dieran mil dinares de oro para mis gastos de viaje, y me entregó una carta de su pu o y letra y los regalos destinados al rey de Serendib.
Y he aquí en qué consistían los regalos: en primer lugar una magní-fica cama, completa, de terciopelo carmesi, que valía una cantidad enor-me de dinares de oro; además, había otra cama de otro color, y otra de otro; había también cien trajes de tela fina y bordada de Kufa y Ale-jandría, y cincuenta de Bagdad. Ha-bía una vasija de comalina blanca procedente de tiempos, muy remotos. en cuyo fondo figuraba un guerrero armado con su arco tirante contra un león. Y había otras muchas cosas que sería prolijo enumerar, y un tronco de caballos de la más pura raza árabe...
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la ma a-na, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGó LA 312 NOCHE
Ella dijo:
... un tronco de caballos de la más pura raza árabe.
Entonces me vi obligado a partir contra mi gusto aquella vez, y me embarqué en una nave que salía de Bassra.
Tanto nos favoreció el Destino, que a los dos meses, día tras día, lle-gamos a Serendib con toda seguridad. Y me apresuré a llevar al rey la carta y los obsequios del Emir de los Creyentes.
Al verme, se alegró y satisfizo el rey, quedando muy complacido de la cortesía del califa. Quiso entonces retenerme a su lado una larga tem-porada; pero yo no accedí a quedar-me más que el tiempo preciso para descansar. Después de lo cual me despedí de él, y colmado de consi-deraciones y regalos, me apresuré a embarcarme de nuevo para tomar el camino de Bassra, por donde ha-bía ido.
Al principio nos fue favorable el viento, y el primer sitio a que arri-bamos fue una isla llamada la isla de Sin. Y realmente, hasta entonces habíamos estado contentísimos, y du-rante toda la travesía hablábamos unos con otros, conversando tran-quila y agradablemente acerca de mil cosas.
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